Mujeres de presos: También cumplen una Pena

Mujeres de presos: También cumplen una Pena
Marcia Bravo C./ Psicóloga Clínica
Marcia Bravo C./ Psicóloga Clínica

Siguiendo el tema de la nota anterior (Consecuencias de la experiencia carcelaria), me referiré a las mujeres que sufren el encarcelamiento de su marido –o pareja-.

En principio, cuando él recién ingresa al sistema penitenciario, ella busca la mayor cantidad de contactos (cartas, llamados, visitas) e información, se esmera por proveerle lo que está a su alcance y aún más. No obstante, en la medida que la sentencia es prolongada y paulatinamente la relación se torna utilitarista -limitada a darse recados, dinero y relaciones sexuales-, el vínculo se va desgastando, pudiendo llegar al término del matrimonio.

Dentro del sinnúmero de experiencias, hay mujeres que mantienen un silencioso dolor por el encierro de sus maridos, ya que ocultan esta realidad tanto a sus cercanos como a la comunidad donde se desenvuelven. La vergüenza es un sentimiento común entre ellas, porque creen que contar esta situación puede despertar menosprecio o prejuicios negativos hacia ellas, pese a que estén ajenas al mundo delictual.

Hay mujeres que, de manera inesperada, deben hacerse cargo de su hogar y de los requerimientos de su esposo. Estas súbitas responsabilidades (emocionales, económicas y organizativas) sumadas al sufrimiento de la abrupta separación, activan estados ansiosos y depresivos manifestados en crisis de angustia, desánimo, desconcentración, insomnio, pensamientos fatalistas, alteraciones en el apetito y la memoria, entre otros.

También hay mujeres que deben aguantar el control obsesivo por parte de su cónyuge, por lo que han de estar muy atentas a responder sus llamados, en especial durante la noche. No contestar o demorarse en hacerlo genera una fuerte discusión posterior, porque las inseguridades del reo movilizan pensamientos y actitudes celópatas. Él le ordena cómo vestir, dónde ir o no, qué actividades hacer, qué trabajos aceptar, con quienes relacionarse, etc. A algunas les prohíben o cuestionan trabajar hasta más tarde o realizar turnos adicionales, pero simultáneamente les exigen ropa de marca, buena comida y dinero.

Sin embargo, cuando él estaba libre, nada de eso ocurría, nada de eso le preocupaba… porque ella era la última. Primero estaban sus amigos, el carrete, las drogas, las otras, etc. Pero ahora, al ser ella la única que lo auxilia, pasa a ser “mi princesa”, “mi amor” y su exclusivo soporte afectivo y material.

Asimismo, en el camaro (cubículo artesanal destinado a la intimidad), a ciertas mujeres se les exhorta a cumplir extraordinarias fantasías sexuales cual avezada escort, mientras que en el exterior deben comportarse y vestirse cual monjas de clausura. A veces este espacio se ocupa para violentas discusiones que incluyen insultos y golpes.

Como sea, en esas condiciones es difícil vivenciar una sexualidad satisfactoria, porque falta un ambiente tranquilo y verdaderamente privado, hay poco tiempo para sutilezas y todo debe ser rapidito. Por más discreción que se pretenda, la mujer debe pasar ante miradas de otros reclusos, sintiéndose humillada en su pudor femenino.

Las mujeres no sólo tienen que tolerar la deshonra de la cárcel, sino que deben soportar malos tratos. Por ejemplo, cuando llevan sus encomiendas (alimentos, utensilios, etc.) en ocasiones el personal de gendarmería impone agresivamente las reglas institucionales. Por otra parte, en las visitas son expuestas a minuciosas revisiones de su vestimenta y de su cuerpo. Esto último se entiende por el frecuente intento de infiltrar sustancias u objetos ilícitos, tales como drogas o chips para celulares. Tanto encomiendas como visitas requieren de extenuantes períodos de espera a la intemperie.

Esos eventos generan un alto grado de estrés en muchas mujeres, ya sea porque, en el caso de las encomiendas, temen que se les objete lo que llevan o la forma como lo llevan (a veces deben vaciar el contenido de un producto a una bolsa o pocillo transparente) y les asusta el modo en que la autoridad les hará notar su error. Similares tensiones experimentan al visitar a su pareja, temerosas de que suceda una eventualidad que les impida el acceso al recinto, son muy sigilosas de lo que dicen o hacen, para no arruinar el ingreso.

En lo mencionado se observa el loable esfuerzo que muchas mujeres hacen para seguir apoyando a sus compañeros. Sin embargo, la mayoría piensa que nunca van cambiar el rumbo del delito, han perdido la fe en sus promesas porque siempre vuelven a quebrantar lo prometido.

Finalmente, se dice que la estabilidad futura de la relación dependerá del estado previo de ésta, de la duración de la condena y de las expectativas de cada cual. Como sea, las mujeres pagan una pena sin ser culpables, resisten la prisión desde el otro lado. Pero este padecimiento es invisible para muchos hombres quienes hipotetizan que ellas viven cómodamente en libertad, deducción tan insensible como equivocada, porque ellas también están prisioneras de una catástrofe.

Marcia Bravo C./ Psicóloga Clínica e-mail: psicologa.pudahuel@gmail.com fono: 2747 9660

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