
Mientras un grupo de pudahuelino/as observaba, desde Avenida La Travesía, los fuegos artificiales propios del nuevo año, una pequeña de 7 años que se movía de aquí para allá, de repente bebió de la copa de su madre, que contenía helado…con champaña. La niña tenía los ojos rojos y una actitud eufórica. Sus familiares, aparentemente, no advirtieron esta situación, quizás porque también estaban bajo la influencia del alcohol.
La ingesta alcohólica durante la infancia puede generar efectos devastadores, tanto a corto como a largo plazo, entre ellos: muerte de células cerebrales, alteración de las percepciones, daño hepático y mayor probabilidad de sufrir de alcoholismo en la adultez. Además, deteriora la memoria y la concentración, dificultando la adquisición de aprendizajes. También puede disminuir el apetito, perturbando el crecimiento normal. Asimismo, los perjuicios a nivel cardiovascular y neurológico pueden ser irreversibles.
En algunos sectores de nuestra población, tanto a nivel comunal como nacional, aún persiste la equívoca creencia de que un poco de cerveza o vino no afectan a un niño o niña, es más, se promueve su uso como modo de “prepararlo/a” para un consumo futuro, instalando una tóxica relación aprendiz-maestro. Entre los factores de riesgo que favorecen esta “instrucción” están: la baja escolaridad de los padres o cuidadores, quienes al tener menos conocimientos relativos al tema, ignoran los peligros de esta droga. Por otro lado, están los padres bebedores, cuyo ejemplo puede ser una imperiosa pauta a seguir por ser figuras de autoridad. Igualmente, otro elemento, son las carencias afectivas, donde la Soledad, es el sentimiento más susceptible de ser embriagado, por manifestarse como una silenciosa y permanente inquietud cuando se está sobrio/a.
Es así como, en esas clases magistrales donde el maestro, sin siquiera planificarlo, define los movimientos, frases y conductas a realizar durante los trances etílicos, terminan, muchas veces, dejando un sabor amargo y un olor insoportable, pues la violencia asociada inunda toda la “escena educativa”. En el transcurso de esos episodios, las palabras descalificadoras se agravan, los golpes se endurecen y las posibilidades de ataques sexuales aumentan dramáticamente.
Por ende, las gotas (ni los litros) de olvido son incapaces de llenar el recipiente llamado Compañía y de seguro ninguna sustancia, lícita o no, logrará hacerlo. Al contrario, antes, se contaminará con mentiras y fantasías de un mundo ebrio de sentido. Cada vaso alcoholizado irá anegando de difusas imágenes aquella niñez, tan inocente y tan frágil, que no sabe que sus impedimentos para aprender en el colegio, que haber repetido un curso, que ser más menudo/a que sus pares, que tener un comportamiento evidentemente ansioso, pueden ser consecuencias, entre otras causas, de aquellas “bebidas” que le acompañaron en esas fiestas o tomateras familiares.
¿Qué irá quedando tras cada resaca?, ¿una sed inhabitual, un dolor estomacal, un leve desánimo?. Sed de volver a esa irrealidad traicionera, que promete diversión y entrega agresión; Dolor por tener que volver a la realidad, con su vacío a cuestas; Desánimo, porque todo sigue fríamente igual.
¡Por un presente más acogedor y más lúcido!.
Marcia Bravo C./Psicóloga Clínica/psicologa.pudahuel@gmail.com