En las recientes definiciones presidenciales, el oficialismo ha celebrado como exitoso su proceso de primarias. Desde su propia lógica, es comprensible: se evitó la participación de figuras incómodas como Marco Enríquez-Ominami (MEO), representante de un mundo independiente que el Frente Amplio no logra captar, y Alberto Undurraga, exdiputado y excandidato presidencial de la Democracia Cristiana, a quien su partido optó por imponer la obligación de participar en un espacio político donde no son bien recibidos.
Más allá del espectáculo político, la decisión de Undurraga de no sumarse a la primaria oficialista fue un acierto. Envía un mensaje potente al electorado moderado, ese que no se siente identificado con Carolina Tohá (PPD), representante de la continuidad del gobierno de Boric, ni con Evelyn Matthei (UDI), ligada al piñerismo y a aliados como José Antonio Kast o Johannes Kaiser. Para ese votante que no encuentra alternativa, el centro sigue siendo una esperanza.
La Democracia Cristiana se encuentra sola, sí, pero también libre. Sus vínculos naturales son con los ex DC, Amarillos y Demócratas, que abren una ventana para reconstruir una propuesta política seria y responsable. No es un secreto que muchos de esos actores abandonaron la DC justamente por su giro hacia la izquierda. El reencuentro del centro no solo es posible, sino urgente.
También vale la pena observar la candidatura de la exministra Jeannette Jara, que ha sabido conectar con sus raíces populares desde su comuna de Conchalí. Su carisma es evidente, pero su imitación del “bacheletismo” genera dudas sobre la verdadera renovación que exige la izquierda. Aunque Jara no es Jadue, su pertenencia al Partido Comunista sigue siendo un obstáculo para muchos. ¿Le faltó a Paulina Vodanovic parecerse más a la expresidenta Bachelet? Quizás sí. Pero hoy la discusión va más allá de nombres: se trata de proyectos.
Ni la continuidad del gobierno ni la derecha han planteado coaliciones amplias ni estables. Ambas fuerzas se encierran en sus propios mundos, dejando fuera a millones de ciudadanos que no se sienten representados por esos extremos. El centro político, aunque no esté de moda, ha sido históricamente garantía de gobernabilidad, acuerdos transversales y estabilidad económica y social.
Lo que el centro necesita hoy no es nostalgia, sino valentía. Valentía para dejar atrás las ataduras de la dictadura, para renovar sus liderazgos y para volver a liderar la conversación pública con una mirada de largo plazo. Chile necesita preguntarse, con honestidad:
¿Qué país queremos construir a 20 o 30 años?
¿Qué tipo de convivencia anhelamos?
Chile no puede seguir atrapado entre dos polos incapaces de dialogar. Es hora de que el centro vuelva a levantar la voz. No para ser un punto medio cómodo, sino para ofrecer una visión clara, responsable y profundamente democrática del país que queremos.
Marco Villalobos – Estudiante de Administración Pública, Universidad Central