
El derecho a elegir a nuestros gobernantes es una de las herramientas más poderosas de una democracia. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que la elección de líderes con tendencias totalitarias puede significar el principio del fin de nuestras libertades. Lo que ocurre en países como Cuba, Venezuela, Corea del Norte y Sudán es la prueba concreta de cómo regímenes que prometen igualdad terminan consolidando dictaduras donde el ciudadano pierde todo poder de decisión.
El modelo cubano: Estado todopoderoso y pueblo sometido
Cuba es un ejemplo de cómo un país que alguna vez fue próspero y libre puede caer en la opresión cuando la población entrega su destino a un gobierno que se apropia de todos los aspectos de la vida. Desde 1959, el castrismo convirtió a los ciudadanos en súbditos del Estado: la propiedad privada desapareció, los medios de comunicación fueron confiscados y la economía quedó en manos de una cúpula política que no rinde cuentas a nadie.
¿El resultado? Un pueblo sin derechos, sometido al racionamiento de alimentos y sin posibilidad de expresarse libremente. Si un cubano critica al régimen, pierde su tarjeta de racionamiento y, con ello, su acceso a comida para él y su familia. No puede recurrir a la policía, porque los agentes responden al Estado. No puede protestar, porque los medios de comunicación también pertenecen al gobierno. En Cuba, la libertad es solo una palabra vacía.
Venezuela: el desastre de una nación rica que eligió mal
Hoy en día, el ejemplo más cercano a este modelo es Venezuela, un país que, hace pocas décadas, era la nación más próspera de América Latina y un referente de estabilidad democrática. Con la llegada de Hugo Chávez y luego de Nicolás Maduro, el Estado comenzó a intervenir en todos los ámbitos de la vida ciudadana.
El gobierno expropió empresas, cerró medios de comunicación independientes, persiguió a la oposición y estableció un sistema económico donde solo los leales al régimen pueden prosperar. Mientras tanto, la inflación y la miseria han obligado a más de siete millones de venezolanos a huir de su propio país. Para unos, Maduro es el presidente; para otros, un dictador que ha sumido a su nación en el hambre y la represión.
Corea del Norte: el régimen más brutal del mundo
Si existe un país donde el Estado ha anulado completamente al individuo, ese es Corea del Norte. Gobernado por la dinastía Kim desde 1948, este país ha llevado el control totalitario a su máxima expresión. No hay propiedad privada, no existe prensa independiente y el ciudadano está bajo vigilancia constante.
El régimen impone un culto absoluto a la figura del líder, donde cuestionarlo equivale a ser enviado a campos de trabajo forzado o incluso ejecutado. No se permite el acceso a información externa, el internet está restringido y la población vive en condiciones de extrema pobreza mientras la cúpula gobernante destina recursos al desarrollo militar y nuclear. En Corea del Norte, la vida de un ciudadano no le pertenece; pertenece al Estado.
Sudán: caos, dictadura y represión permanente
En Sudán, la falta de libertad no solo proviene de un gobierno totalitario, sino de un sistema donde el poder se disputa entre grupos militares y políticos que han sumido al país en una crisis humanitaria. Durante décadas, el país ha sido gobernado por líderes autoritarios que han utilizado el aparato estatal para reprimir a la población y controlar los recursos naturales.
La guerra civil, los golpes de Estado y la corrupción han llevado a Sudán a convertirse en uno de los países con más desplazados en el mundo. La represión contra opositores es brutal, la censura a la prensa es total y las violaciones a los derechos humanos son una constante. En este contexto, el ciudadano común no tiene voz ni poder de decisión, quedando atrapado en un ciclo de violencia y pobreza sin salida.
Chile: aún estamos a tiempo de evitar ese destino
Chile es un país que, a pesar de sus problemas, sigue siendo una democracia donde el ciudadano puede votar libremente, expresarse sin temor y emprender sin miedo a que el Estado le confisque sus bienes. Pero estos derechos no son inquebrantables. Existen sectores políticos que buscan avanzar en un modelo donde el Estado controle la vida de las personas, limitando la propiedad privada y estableciendo cada vez más restricciones a la libertad.
La historia nos ha demostrado que los regímenes totalitarios nunca llegan de golpe. Se infiltran lentamente, con promesas de justicia social y discursos contra la “élite económica”. Comienzan debilitando la propiedad privada, asfixiando a los emprendedores con impuestos desmedidos, regulando la prensa y restringiendo derechos con justificaciones ideológicas.
La importancia de elegir bien: no ceder el poder a quienes nos quitarán la libertad
El futuro de Chile no se decide solo en la elección presidencial. Cada diputado y senador que llega al Congreso tiene en sus manos la posibilidad de aprobar leyes que pueden fortalecer la democracia o abrir la puerta a un modelo autoritario. Si los ciudadanos no participan en las elecciones, otros decidirán por ellos.
No votar es someterse a la voluntad de quienes sí lo hacen. No informarse sobre los candidatos y sus propuestas es un acto de irresponsabilidad con nuestro propio futuro. Si queremos un país libre, donde el esfuerzo personal sea el motor del progreso y no la dependencia del Estado, debemos elegir representantes que defiendan estos principios.
El destino de Chile está en nuestras manos. No cometamos el error de creer que la libertad está garantizada para siempre. Venezuela, Cuba, Sudán y Corea del Norte son recordatorios vivos de lo que ocurre cuando los ciudadanos entregan demasiado poder al Estado y confían ciegamente en políticos que prometen igualdad a costa de la libertad.
El voto es nuestra mejor arma. Usémoslo bien.
Por: Por Ignacio Enrique Alarcón Benavides, abogado y comunicador social