Su labor como comerciante no solo le permite subsistir, sino también cuidar a un grupo de perros abandonados que se han convertido en su familia. Con nombres tan particulares como El Diablo, El Mandinga y El 50.000, estos perros han encontrado en Pablo Lorca un refugio seguro, algo que no siempre es fácil de garantizar en su situación.
Pudahuel, Santaigo de Chile, 27 de noviembre 2024. Pablo Lorca, un hombre de aproximadamente 50 años, ha dedicado más de 25 años al comercio ambulante en las calles de su comuna. Su historia es un fiel reflejo de la resiliencia que caracteriza a tantos trabajadores callejeros en Chile, quienes enfrentan día a día desafíos económicos, sociales y personales. En una conversación franca, Pablo compartió los altibajos de su vida laboral, el impacto de los cambios sociales en su entorno y su conexión con los animales callejeros.
“Llevo 30 años aquí, y me alcanza para vivir el día a día”, comenta con una mezcla de orgullo y resignación. Pablo ha encontrado maneras de mantener su negocio a flote, a pesar de las adversidades económicas y la falta de apoyo por parte de las instituciones locales. Su labor no solo le permite subsistir, sino también cuidar a un grupo de perros abandonados que se han convertido en su familia. Con nombres tan particulares como El Diablo, El Mandinga y El 50.000, estos perros han encontrado en Pablo un refugio seguro, algo que no siempre es fácil de garantizar en su situación.
El inicio de su historia laboral data del año 2000. “Andaba con los pacos a la escondidilla”, recuerda con una sonrisa irónica. Su trabajo comenzó vendiendo apenas 10 helados al día, pero con el tiempo logró duplicar, triplicar y hasta cuadruplicar su inventario de helados. Sin embargo, no fue un camino fácil. Enfrentamientos con carabineros, falta de permisos y dificultades para sostener su negocio durante 25 años donde paso momentos complicados como el estallido social, el cual fue más agravado debido a la llegada de la pandemia han sido algunas de las barreras que Pablo ha enfrentado con valentía.
El contexto social de la comuna también ha influido profundamente en su experiencia como comerciante. “Nos dijeron que la alegría ya viene, pero para nosotros todo ha ido a peor“, afirma con descontento, resaltando la desconexión entre las promesas políticas y la realidad de los sectores más vulnerables. En sus años de trabajo, ha visto un aumento en la pobreza y la necesidad. Muchas personas, dice, se acercan a él para pedir un cigarro o algo de comer, reflejando las condiciones precarias de vida de la comuna.
Uno de los aspectos más conmovedores de la vida de Pablo es su vínculo con los animales. Perros que han sido abandonados o maltratados encuentran en él un aliado incondicional. Relata cómo algunos lo han seguido hasta su hogar, incluso en noches frías y lluviosas, buscando un lugar seguro. “Son perros que necesitan cariño, tienen sentimientos”, dice con convicción. Su cuidado no solo incluye alimento, sino también un espacio bajo su techo, aunque a veces eso implique hacer sacrificios personales.
A pesar de las dificultades, Pablo valora la flexibilidad de su oficio. “Aquí gano efectivo todos los días”, señala, destacando cómo esta estabilidad diaria le permite mantener su estilo de vida y cubrir sus necesidades inmediatas. Sin embargo, el aumento en los costos de los productos y la disminución del poder adquisitivo de las personas han hecho que el negocio sea cada vez más difícil de sostener. Antes, un helado podía comprarse por 100 o 300 pesos, ahora las personas prefieren “poner” más monedas en una bebida o simplemente no gastar.
La pandemia, como para tantos otros, fue un punto de quiebre. Pablo menciona que dejó de pagar permisos porque “no alcanzaba”. Sin apoyo real por parte de las autoridades, tuvo que abandonar la regularización de su negocio. Aun así, continuó trabajando, encontrando formas de mantenerse activo en un contexto donde todo parecía jugar en su contra. “La municipalidad no me ha dado apoyo. Solo recibí unos 7.000 pesos que dieron por el confort”, señala, dejando en claro su descontento con la falta de recursos para los trabajadores informales.
Además de su propia historia, Pablo reflexiona sobre el cambio en la dinámica laboral de su entorno. Comenta cómo antes los choferes de taxis, microbuses y otros comerciantes trabajaban con mayor libertad, pero ahora todo parece estar más restringido. “Los tiempos cambian, y ya no se gana lo mismo de antes”, dice, destacando cómo el avance de las tecnologías y las políticas de regulación han transformado la forma en que las personas se ganan la vida.
A través de sus palabras, Pablo Lorca emerge como un símbolo de perseverancia, enfrentando las dificultades con una determinación inquebrantable y un corazón abierto hacia quienes lo rodean. Su historia no solo evidencia las luchas personales de los trabajadores informales, sino que también expone las fallas estructurales de un sistema que a menudo deja atrás a quienes más lo necesitan. Para Pablo, cada día es una nueva oportunidad de resistir, no solo por él mismo, sino por los perros y las personas que dependen de su generosidad.
Su dedicación y compromiso lo convierten en un ejemplo de lucha y humanidad, una historia que merece ser escuchada y valorada por todos los pudahuelinos.
Por: Realizado por Cher Aránguiz y Patricio Núñez
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Es una gran persona lo conosco hace años en el sector estuvo un tiempo que no trabajo por andar con una persona mayor acompañandola y ayudandola con una silla de rueda no recuerdo si era su pariente.
Pero es una gran persona todo mi apoyo
Buena entrevista, me gusto porque el sabe ganarsela Día A Día.
hooo