El destino en las palabras

Marcia Bravo C./Psicóloga Clínica/psicologa.pudahuel@gmail.comEn un concurrido almacén de Pudahuel, una madre veinteañera intenta “tranquilizar” a su inquieto pequeño de 2 años diciéndole “si seguí así, te voy a colgar y te voy a tirar por un acantilao”. El niño, invadido por el llanto, no se calma, al revés, se agita más, impactado por tal respuesta materna.

En ese vulnerable cerebro quedará rondando aquella amenaza mortal. En principio, el niño habrá advertido la ira y el deseo de destrucción conducidos a través de esos fonemas. Después, éstos podrán tomar innumerables significados: mi mamá quiere que muera, ella no me quiere, nadie me va a querer, no merezco que me quieran, no tiene sentido vivir, debo buscar caminos que me lleven a la muerte. Al tiempo, la madre se preguntará porqué su hijo presenta conductas que ponen en riesgo su vida, porqué está deprimido o porqué se ha vuelto drogadicto.

Los seres humanos comenzamos a percibir y recopilar sensaciones e intenciones desde la gestación, por ejemplo: la voz de la madre y sus estados emocionales. Estos últimos se van registrando a nivel inconsciente como una huella invisible que silenciosamente influirá en el posterior desarrollo psicológico y social. Si la progenitora vivió un embarazo marcado por el sufrimiento, éste permanecerá grabado en ese retoño hasta su adultez y será una ingrata compañía que oscurecerá muchas alegrías (de no mediar algún proceso terapéutico reparatorio).

Asimismo, luego de nacer, las palabras y sentimientos destinados al bebé irán aportando material para la construcción de su mundo mental. Pese a que el lactante no entiende el lenguaje oral como tal, sí es capaz de discernir el propósito que comunica, tanto como una mirada, una sonrisa, un gesto despectivo o un contacto amoroso. Las palabras designan nuestra constitución psíquica, por ellas nos enfermamos (emocional y físicamente, en ese orden) y a través de ellas también nos sanamos.

A veces una sola palabra decretó un destino inamovible: Inútil, Feo/a, Tonto/a.  Mucho/as quienes así fueron re-bautizado/as, recorrieron su historia honrando tal nombre, ya que en sus contextos familiares estas categorías invalidantes fueron transformadas en condiciones inherentes e inalterables.

Sin embargo, y felizmente, hay inútiles, feo/as y tonto/as que se rebelaron en contra de esa naturaleza limitante y consiguieron ser útiles, bello/as e inteligentes. ¿Cómo lo lograron?, quizá, al menos una persona les dijo lo contrario y les concedió la posibilidad de cuestionar estas “cualidades innatas”. Esta duda activó una lucha interna y externa para vencer un futuro derrotista y restringido.

Por tanto, las palabras determinan nuestra personalidad, nuestra capacidad de acción, de defensa, de autosufieciencia y autosuperación. Las palabras también pueden encadenarnos, instándonos a usar esas mismas cadenas para oprimir a nuestros descendientes, manteniendo esta influencia tiránica en las siguientes generaciones.

Viene un nuevo año, puede ser una oportunidad para aprender nuevas palabras…

Marcia Bravo C./Psicóloga Clínica/psicologa.pudahuel@gmail.com