
Si bien nació en Curanilahue, donde trabajó en la mina desde los 14 años, Pudahuel lo ha acogido como uno de los suyos. No le gusta que le digan payador, pues se define como poeta. Ya lleva dos libros publicados, y este año trabajará para sacar su tercero. Lleva algunos años como poeta, y sin duda esta vida le ha traído grandes satisfacciones, como haber tenido en su casa a su ídolo de infancia, el “temucano”.
Al final, me contaría que llegó a la entrevista una hora más temprano porque no usa reloj; dice que se guía por el sol o pregunta la hora en la calle cuando sale, pero él no vive pensando en el tiempo. No lo hace porque detesta vivir estresado y critica a la gente que vive de esta forma.
Antes de esta confesión Hugo Salas me contó su vida, esa historia que habla de un poeta pudahuelino que nació pobre y que ahora su mayor riqueza, sin duda, son sus propios poemas.
“Yo jugué con las rimas desde muchacho”, dice Hugo. La historia es así: a los 18 años ingresó a la marina, donde comenzó a surgir su talento. El primero que se dio cuenta de la facilidad que tenía para hacer rimar las palabras fue un amigo, marino también, que sufría las bromas de Hugo, quien le enrostraba con rimas su escasa belleza. El amigo, aburrido de sus bromas, lo acusó con un instructor, tildando a Hugo de pallador. De esa época que a Hugo Salas le molesta que lo llamen pallador; él es poeta.
El primer paso para comenzar a crear sus primeros poemas lo dio cuando entró a un grupo folclórico el año 2000. No se dedicaba a hacer pallas, sino que a bailar la cueca chilena. Sin embargo, de vez en cuando soltaba una que otra rima que llamaba la atención de todos. Fue así como le pidieron que escribiera un poema para un concurso. ¿Resultado? Hugo Salas ganó el primer lugar, y de ahí en más no se ha cansado de crear poemas.
El 2006 fue el año de estreno de su primer libro: Poeta en Construcción. En el 2009 publicó Raíces de Chile, su segunda producción. En ambos mantiene un tono crítico con la sociedad y sobre todo con el sistema en el cual vivimos. Además es un férreo defensor del pueblo Mapuche y de la clase trabajadora.
Nació en Curanilahue, al sur de Santiago en la región de Bío Bío, ciudad que se caracteriza por su vocación minera. A los 14 años, relata, ingresó a trabajar en la minería, ya que en su hogar la pobreza era evidente. Paralelamente decidió ingresar a estudiar a un colegio nocturno para retomar los estudios que había dejado hace un par de años antes. “¿Qué lo motivó a entrar a estudiar a los 14 años? Si los niños a esa edad no quieren ir al colegio”, le pregunto. “Me motivé yo mismo. Pensé que sin educación no iba a ser nadie en la vida, que no iba a llegar a ningún lado”, contesta Hugo, con su tono pasivo, y con el mismo ritmo de voz con el que respondió todas las preguntas.
Su vida habla de un esfuerzo constante, no tan sólo porque trabajó y estudió paralelamente para sacar su enseñanza media, sino que después continuó estudiando una carrera técnica. Ahora es un trabajador independiente que se dedica a la gasfitería, que maneja sus tiempos y, según él, no anda corriendo de un lado para otro. Se tiene que dedicar a esto, porque los ingresos económicos resultantes de la poesía no le alcanzan para vivir.
En su carrera como poeta ha vivido experiencias que le han marcado la vida, como cuando fue invitado a visitar a las comunidades mapuches del sur, o como cuando también mediante una invitación recorrió la isla de Chiloé. Pero sin duda que una de las vivencias que más lo ha marcado fue cuando conoció a Tito Fernández, el “temucano”. “Yo a él lo escuché desde niño, era como un ídolo para mí”, confiesa el poeta pudahuelino. Tito Fernández fue invitado a un evento en Pudahuel, en donde Hugo Salas recitó sus poesías. El “temucano” lo escuchó. Al finalizar la actividad se le acercó y le dijo que tenían que hablar. Hugo lo invitó a su casa y Tito Fernández aceptó. “Ni siquiera hablamos de poesía. Compartimos un asado, con mi familia. No era la idea que cantara ni hablara de sus canciones. Yo creo la gente que se dedica a esto quiere salir de ese mundo”, cuenta Salas, al recordar la visita del “temucano”. No fue la única vez que el artista nacional pisó su casa. También aceptó una segunda invitación, en la que el tono de las conversaciones fueron similares.
Dos hijos, casado, vive en Pudahuel sur. Ha participado en concursos comunales, donde ha ganado el primer lugar. Aun así, critica al municipio por la poca valorización que le han dado, y dice que ya se cansó de tocar puertas. Dice que le interesa la política, pero que irá a votar por nadie; ese es su mejor candidato ya que, confiesa, nadie lo representa. Cree en Dios, pero sólo como creador. Los Mapuches es su tema más recurrente, luego viene la crítica a la sociedad por la forma agitada de vivir. Se identifica con el estilo de Violeta Parra.
Éste es Hugo Salas. El mismo que quiere dejar una Casa de la Poesía en su pueblo natal Curanilahue. Por el momento sólo tiene el terreno y algunos ladrillos edificados. Eso sí, sabe que algún día esa casa será una realidad y acogerá a poetas chilenos e internacionales, y se convertirá en un espacio para la cultura. “¿Y de dónde ha sacado los recursos para la construcción y compra?”, le pregunto. “He golpeado puertas, me han regalado dineros y también de mi bolsillo”, explica Salas.
No quiere pasar por esta vida desapercibido, sino que lo motiva dejar un legado para las próximas generaciones. “Los poetas siempre son reconocidos una vez que mueren”, sentencia.
Por Jonathan Mardones